martes, 11 de agosto de 2020

54 mil mexicanos muertos por una revancha

 “Tenemos tantas y tan buenas razones para nuestras razones,

y tantas y tan buenas razones para nuestras sinrazones,

que yo me pregunto, Señor, ¿cuáles son las razones y cuáles las sinrazones?”



Las muertes oficiales por COVID-19 en México ya están rayando los 54,000 casos. Mientras tanto, el macuarro Gatell, boytoy ajado y jodido, se empeña en diario dárselas las estadísticas al infeliz que pretende ser presidente de México. 


A estas alturas ya sólo los más envilecidos, enrojecidos, enmohecidos y emputecidos pueden creer que el matasanos esté aplanando algo más que sus circunvoluciones cerebrales, escasas ya de entrada. Y, sin embargo, ahí sigue. Hay una truculenta historia de fondo, de la cual derivan varias otras.


Por, como diría Voltaire, “voluntaria, altanera, orgullosa ignorancia” se ha pasado por alto un antecedente, innegable, lapidario, evidente de la casi inconcebible estupidez e incapacidad del chamán Gatell. En 2009, cuando la pandemia de influenza A(H1N1) el matasanos, junto con el entonces subsecretario Mauricio Hernández, promovieron tan absurda y previsible mortandad por esa causa que, por orden directa de Felipe Calderón, Hernández fue sumariamente removido de su puesto. Pero, en uno de sus extraños arranques becquerianos, al curandero Gatell, en lugar de arrojarlo al albañal del cual surgió, se le indultó, y por largo tiempo estuvo relegado a sacarle grapas a las hojas en un rincón que compartía con la escoba y el recogedor, como la pobre muñeca fea.


Y fue eso, es decir, el ninguneo por parte de Calderón, y nada más que eso, bastó para que AMLO elevara a este chalán a subsecretario y responsable del mayor reto sanitario del mundo actual. Nada más que su deseo de revancha contra Calderón. Nada, absolutamente nada más que eso.


López Gatell carece de la preparación que muchos le atribuyen. Chequen sus cédulas profesionales, si lo desean. Más allá de eso, hay algo que muchos de ustedes ignoran, por lejanía con uno de los secretos bien resguardados de esos entornos políticos. Secreto que conocerán esta misma noche.


¿Alguna vez les ha llamado la atención que X o Y político, ente con evidente retraso mental ligero, fácilmente detectado al analizar su quehacer y comportamiento, resulta tener una maestría por Harvard y un doctorado por Yale?


No, la cosa no va por ahí, suspicaces y malosos lectores. Los títulos son legítimos. Absolutamente legítimos. Fueron otorgados a fulano o perengano, sí. Pero no fueron ni fulano ni perengano quienes se sentaron dos o tres años a aprender y acreditar lo que el diploma de marras establece, a saber los estudios de maestría o doctorado.


Casi todos esos estudios llevan décadas de ser estudios a distancia. Sí, exactamente, como los que ahora hay para todos los niveles en Zoom, Google Classroom y similares plataformas, si bien no eran tan sofisticadas. Esencialmente se basaban en sistemas para solicitar y asignar tareas, exámenes y lecturas, en forma parecida a Angel o Moodle. El político, muy ocupado en trapacerías y chanchullos, se inscribía al curso de maestría o doctorado, sí, y luego forzaba o maiceaba a alguna persona, para que tomara las clases, presentara los exámenes e hiciera los trabajos por él. Al cabo del tiempo reglamentario, los créditos estaban cubierto y al político le entregaban un flamante título que lo presentaba como Maestro o Doctor en lo que fuera… sin serlo.


Cuando ve uno a Gatell desenvolverse en los aconteceres de la bioestadística y epidemiología, es claro que su conocimiento viene de la cobertura marginal que tales disciplinas tienen en la carrera de medicina. Con buena intención y viéndose benévolo, su conocimiento está a nivel diplomado de seis meses. Es claro que no entiende de lo que habla, y como no lo entiende, enreda a la prensa y a todos usando el viejo recurso de hacer sonar oscuro aquello que se ignora.


Por eso mismo el patán promovió abiertamente el contagio. Por eso “es mejor 100 niños contagiados que uno”. Por eso “el presidente tiene fuerza moral, no de contagio”. Por eso “el COVID no es un problema de importancia”. Y, con base en esa volatilidad, los mensajes contradictorios, la abierta promoción de conductas de riesgo, es que la población nunca ha terminado de entender la seriedad del asunto. Hay otros problemas estructurales serios, creados por la administración fracasada del espurio AMLO, que se oponen en la práctica al “quédate en casa.” El gobierno ni siquiera prorrateó los impuestos, pagos, y tampoco otorgó apoyos, subsidios o despensas para el rescate de los pequeños negocios y fuentes de ingresos de esas personas que no tienen opciones: o salen de casa, o no comen. Y, con la incuria de Gatell, si salen… no saben si el cubrebocas sirve o no, si lo de la “su sana distancia” es albur o recomendación.


En esas manos están, y en esas manos van a seguir.


La vida de 54 mil mexicanos es el costo de la venganza de AMLO contra Calderón.


Estimaciones que guardamos bajo doble llave en esta islita sencillita y carismática muestran que la letalidad por COVID-19 en México sobrepasa los 200 mil muertos. Otras fuentes son más conservadoras, y hablan de “sólo” 160 mil muertes. Aquí les dejo un artículo, publicado hoy martes en El Financiero. Léanlo con calma, si aún tienen ánimos.


Y prepárense para varias decenas de miles de mexicanos muertos más.


Todos, sin excepción, sin una sola excepción, asesinados por la incapacidad, sevicia, idiocia e inferioridad de Gatell y Obrador, los López Mengele.


https://elfinanciero.com.mx/opinion/macario-schettino/la-tragedia